La firma del
acuerdo de cese al fuego bilateral entre el Gobierno y la Farc, no puede más
que producirnos alivio, alegría y una incontrolable esperanza.
Saber que
el jueves 23 de junio de 2016 fue el último día de la guerra con las Farc ha
hecho que gran número de colombianos, sin distingos de partido, sintamos que
ese derecho fundamental que es la paz, es un bien supremo que nos pertenece a
todos y debemos luchar por su consecución y consolidación.
Con el fin
de este conflicto el país tendrá que enfrentar sus problemas reales que
causaron esta y todas las guerras: la
pobreza, la desigualdad social, la exclusión, la intolerancia, los antivalores
fundamentados en la prevalencia de lo económico por sobre todas las cosas, en
una sociedad arribista y de doble moral apegada al dinero fácil, como el mejor
abono para la corrupción.
Es claro
que este cese al fuego es el punto de partida. Consolidar e implementar los
acuerdos será un camino largo y difícil que todos debemos vigilar y cuidar. Lo
difícil no será que las FARC cumplan, lo complicado es que como sociedad les
cumplamos, que respetemos la vida de los desmovilizados, que no repitamos un
extermino como el de la Unión Patriótica, que les demos oportunidades y que se puedan
reintegrar a la sociedad sin que tengan razones para volver a la guerra.
La primera
tarea será atender a las víctimas que han reclamado una y otra vez verdad,
justicia y reparación. La mayoría está dispuesta a perdonar, la venganza no las
motiva y han dicho que la cárcel de sus victimarios no es su objetivo
primordial si no la verdad de lo ocurrido, identificar a los verdaderos
culpables.
Tendremos
que empezar por contar esas historias de la guerra desde las aulas de clase y
en todos los escenarios posibles, para que jamás se repita y para que nuestros
hijos y nietos desde temprana edad aprendan que la vida es sagrada, que deben
respetar las diferencias, y que se entrenen en el arte de escuchar y de
perdonar, y en decir muchas y repetidas veces frente a su interlocutor “si,
usted tiene razón”, sin que ello signifique una derrota.
Por fortuna
la reconstrucción de esta historia ya se ha iniciado con el liderazgo del
Centro de Memoria Histórica cuyo trabajo todos deberíamos conocer.
Y como paz
se traduce en justicia social tendremos que conseguirla para que no se
convierta en vana ilusión. Y para ello se requiere una construcción colectiva
del país que soñamos, con la participación de los gobiernos nacionales y
locales, de todos los partidos políticos, de los empresarios, de los medios de
comunicación, de las organizaciones de la sociedad civil, de las comunidades y
de todos y cada uno de los ciudadanos que tendrán que decidir y elegir a quien
se comprometa a mantener la paz en este país y a reconciliar a todos los
colombianos.
Esperamos
que se llegue pronto al acuerdo final y estamos seguros que así será, porque
Santos ha tenido la paciencia, testarudez y astucia que no tuvieron todos sus
antecesores para lograr este resultado, no obstante que ninguno tuvo que soportar
enemigos tan férreos como los que ha tenido este gobierno y este proceso de paz.
El feroz
ataque de estos enemigos de la paz para mantener el satus quo, su incontrolable sed de venganza, su indiferencia y
cinismo ante los muertos, los desaparecidos, los desplazados, los falsos
positivos, nos han revelado su aterradora falta de humanidad y de grandeza ante
una nación que les ha dado todo y que los necesitaba aportando para construir
un país para todos, o al menos callados por la vergüenza ante la
responsabilidad de sus deshonrosos actos.
Por ello y
con más razón, a pesar de que la mayoría de quienes le decimos SI A LA PAZ no
somos santistas y nos reservamos el derecho a disentir sobre muchas actuaciones
del actual gobierno, esta y las futuras generaciones tendremos que reconocer y
agradecerle a Juan Manuel Santos el haber logrado el fin de este conflicto.
Margarita Obregón