25 de junio de 2016

El último día de la guerra

La firma del acuerdo de cese al fuego bilateral entre el Gobierno y la Farc, no puede más que producirnos alivio, alegría y una incontrolable esperanza.


Saber que el jueves 23 de junio de 2016 fue el último día de la guerra con las Farc ha hecho que gran número de colombianos, sin distingos de partido, sintamos que ese derecho fundamental que es la paz, es un bien supremo que nos pertenece a todos y debemos luchar por su consecución y consolidación.

Con el fin de este conflicto el país tendrá que enfrentar sus problemas reales que causaron esta y todas las guerras:  la pobreza, la desigualdad social, la exclusión, la intolerancia, los antivalores fundamentados en la prevalencia de lo económico por sobre todas las cosas, en una sociedad arribista y de doble moral apegada al dinero fácil, como el mejor abono para la corrupción.

Es claro que este cese al fuego es el punto de partida. Consolidar e implementar los acuerdos será un camino largo y difícil que todos debemos vigilar y cuidar. Lo difícil no será que las FARC cumplan, lo complicado es que como sociedad les cumplamos, que respetemos la vida de los desmovilizados, que no repitamos un extermino como el de la Unión Patriótica, que les demos oportunidades y que se puedan reintegrar a la sociedad sin que tengan razones para volver a la guerra.

La primera tarea será atender a las víctimas que han reclamado una y otra vez verdad, justicia y reparación. La mayoría está dispuesta a perdonar, la venganza no las motiva y han dicho que la cárcel de sus victimarios no es su objetivo primordial si no la verdad de lo ocurrido, identificar a los verdaderos culpables.

Tendremos que empezar por contar esas historias de la guerra desde las aulas de clase y en todos los escenarios posibles, para que jamás se repita y para que nuestros hijos y nietos desde temprana edad aprendan que la vida es sagrada, que deben respetar las diferencias, y que se entrenen en el arte de escuchar y de perdonar, y en decir muchas y repetidas veces frente a su interlocutor “si, usted tiene razón”, sin que ello signifique una derrota.

Por fortuna la reconstrucción de esta historia ya se ha iniciado con el liderazgo del Centro de Memoria Histórica cuyo trabajo todos deberíamos conocer.

Y como paz se traduce en justicia social tendremos que conseguirla para que no se convierta en vana ilusión. Y para ello se requiere una construcción colectiva del país que soñamos, con la participación de los gobiernos nacionales y locales, de todos los partidos políticos, de los empresarios, de los medios de comunicación, de las organizaciones de la sociedad civil, de las comunidades y de todos y cada uno de los ciudadanos que tendrán que decidir y elegir a quien se comprometa a mantener la paz en este país y a reconciliar a todos los colombianos.

Esperamos que se llegue pronto al acuerdo final y estamos seguros que así será, porque Santos ha tenido la paciencia, testarudez y astucia que no tuvieron todos sus antecesores para lograr este resultado, no obstante que ninguno tuvo que soportar enemigos tan férreos como los que ha tenido este gobierno y este proceso de paz.

El feroz ataque de estos enemigos de la paz para mantener el satus quo, su incontrolable sed de venganza, su indiferencia y cinismo ante los muertos, los desaparecidos, los desplazados, los falsos positivos, nos han revelado su aterradora falta de humanidad y de grandeza ante una nación que les ha dado todo y que los necesitaba aportando para construir un país para todos, o al menos callados por la vergüenza ante la responsabilidad de sus deshonrosos actos.

Por ello y con más razón, a pesar de que la mayoría de quienes le decimos SI A LA PAZ no somos santistas y nos reservamos el derecho a disentir sobre muchas actuaciones del actual gobierno, esta y las futuras generaciones tendremos que reconocer y agradecerle a Juan Manuel Santos el haber logrado el fin de este conflicto.


Margarita Obregón






19 de junio de 2016

Fútbol, no solo una pasión

Por estos días, con el variado menú de fútbol que tenemos con el final de la Copa Águila, la Copa América y la Eurocopa, es fácil comprobar que este deporte no solo es pasión, no solo es el mejor espectáculo del mundo sino un lenguaje universal que hace aflorar idénticas emociones en los deportistas y en los hinchas de todas las latitudes.

Basta con mirar en los campeonatos mundiales, los estadios y las plazas de las principales ciudades de cada continente llenos a reventar de hinchas que celebran el triunfo de su selección o lloran por su eliminación, para comprender sus reacciones porque ya sean ingleses, italianos, brasileros, japoneses, marroquíes o argentinos, nos identificamos con sus sentimientos porque los vivimos en carne propia frente a los aciertos y fracasos de nuestro equipo del alma, siendo inevitable pensar en medio de tanta carga emocional que de verdad todos somos iguales.

Hinchas españoles

Y esa comunión de sensaciones provocada por el fútbol se da no solo con personas de cualquier raza si no de cualquier edad, condición o género. Es el caso de las mujeres que ya nos metimos en un campo antes exclusivo de los hombres para opinar, sufrir, disfrutar y celebrar desde nuestra perspectiva y en su compañía.

Y lo más curioso es que con el fútbol se superan, así sea por momentos, los más enconados odios y los enemigos acérrimos encuentran un lugar común. Y si no pregúntenle al presidente Maduro y a Leopoldo López si apoyaron o no a su selección en el partido contra Argentina.

Y además de esa identidad que genera con personas que ni en nuestros sueños llegamos a imaginar es fácil ver en este juego valores que reclama con urgencia nuestra sociedad como la autenticidad, la fraternidad y el liderazgo.

Nada más genuino que las reacciones de los futbolistas en la cancha ante un gol, errar un penal, un triunfo o una derrota. A quién no le llegaron al alma las lágrimas de Farid Mondragón ante la eliminatoria de Colombia en el mundial de 1998 o el desconsuelo del volante peruano Christian Cueva quien falló el penal decisivo que eliminó a Perú de esta Copa América.
David Seaman consuela a Farid Mondragón

Y ni qué decir de los gestos de solidaridad que se producen entre los rivales. En ese mundial del 98, afloraron nuestros mejores sentimientos cuando vimos a David Seaman, el portero inglés consolando a Farid, y la prensa peruana se conmueve hoy con los gestos de Edwin Cardona, David Ospina y Juan Guillermo Cuadrado, quienes dejaron a un lado el festejo por el triunfo de Colombia, para darle ánimo al peruano Cueva, por el fallido penal.

Y las lecciones que nos deja de liderazgo y manejo de grupos darían para crónicas y libros enteros como los del argentino Jorge Valdano, uno de los más apetecidos conferencistas en el mundo empresarial, llenos de enseñanzas no solo para los líderes si no para la vida misma, basados en su experiencia como jugador y técnico de fútbol. O como la biografía y los vídeos del catalán Pet Guardiola, que ruedan con mucha frecuencia en las reuniones de liderazgo de las diferentes empresas como referente de los más encumbrados CEO´S por su especial relación con los integrantes de su equipo y la disciplina que les impuso para obtener esos ya insuperables resultados del Barcelona Fútbol Club.     

El trabajo en equipo que se consigue en este deporte para alcanzar su meta (meter goles, ganar) es la envidia de todas las organizaciones que no logran alinear a sus diferentes áreas en un mismo objetivo, así como la evidente renuncia a los lucimientos individuales por el brillo del equipo, que haría evolucionar cualquier tipo de sociedad.

Muchos dirán que este exceso de fútbol en Colombia es por aquello de “pan y circo”. Por el contrario, ante la urgente necesidad que tenemos de reconstruir el país que soñamos de manera colectiva, es mucho lo que podemos aprender del balompié.

Nuestro desafío es trasladar sus valores no solo al mundo empresarial si no a nuestra sociedad.

Margarita Obregón