21 de mayo de 2016

La infame revictimización de Rosa Elvira

Hablar de Rosa Elvira Cely, aún duele por la forma como fue asesinada, tan brutal que según cuentan, los médicos que la recibieron en el hospital Santa Clara lloraron al ver el estado en que la dejó su violador.


Leer de nuevo los hechos ocurridos aquel 24 de mayo de 2012, causa tanto terror que son irrepetibles los vejámenes a los que fue sometida. Pero nada ha causado tanta indignación como la contestación de la demanda interpuesta por sus familiares, presentada por la Secretaría de Gobierno de Bogotá, que para lograr la exoneración de responsabilidad, alega la culpa exclusiva de la víctima, con esta infame conclusión: Si Rosa Elvira Cely no hubiera salido con los dos compañeros de estudio después de terminar sus clases en horas de la noche, hoy no estuviéramos lamentando su muerte.  


Para ONU Mujeres, este concepto constituye una expresión de tolerancia institucional a la violencia contra las mujeres basada en el género, lo que impide la realización del derecho de las mujeres a una vida libre de violencias, y obstaculiza su acceso a servicios integrales y de calidad, a la justicia y a la reparación.  

Las abogadas que contestaron la demanda dieron al traste con los avances que creíamos haber logrado en Colombia en materia de legislación contra la violencia de género.

No imaginamos qué estarían pensando estas funcionarias, mujeres como Rosa Elvira, que seguro habrán salido alguna vez con sus compañeros de trabajo y más seguro aún que se han codeado con uno que otro delincuente cuyo prontuario desconocen, en este país con tanto bandido suelto, para revictimizar con tanta crueldad a Rosa Elvira y para condenarnos a todas las mujeres colombianas a estar confinadas en nuestros hogares o sitios de trabajo para no ser violadas y asesinadas.

Lo único que imaginamos, es que llegaron a tamaño argumento con la excusa de defender el patrimonio estatal. Pero no tuvieron siquiera la mínima vergüenza de las otras entidades, Policía, Fiscalía y Secretaría de Salud, que al menos responsabilizaron de manera exclusiva al asesino cuando alegaron como eximente de responsabilidad la culpa de un tercero, no obstante que, según sabemos, todas las entidades del Estado fallaron. Unas por no haber encarcelado al asesino Velasco a pesar de que tenía una orden de captura y varias denuncias, y otras, por no haber atendido a Rosa Elvira en forma oportuna y adecuada luego de la brutal violación.

Pero ¿por qué llegamos a estos extremos? En una sociedad de altos valores donde la vida y la dignidad humana están por encima de cualquier otro bien digno de protección del Estado, lo obvio es que las entidades tanto públicas como privadas, reconozcan su responsabilidad y concilien con las víctimas.

Para las empresas que negocian en los mercados internacionales, ese es el estándar de actuación, porque negar su responsabilidad en un caso en que esté comprometido un derecho fundamental, les puede costar no solo su reputación si no afectar su valor de manera tan significativa que las lleve a la ruina.

Para las entidades del Estado con mayor razón, lo correcto es reconocer su responsabilidad pues está de por medio su obligación de proteger el derecho a la vida. Pero la mayoría de funcionarios públicos no están capacitados para ello.

Los abogados de las entidades estatales están preparados y se les exige defender a ultranza el patrimonio estatal, lo cual está bien, pero carecen de criterio y formación ética para actuar con justicia y equidad como es su deber, llegando al absurdo de no conciliar jamás con el indefenso ciudadano, así le asista la razón. Ellos inventan lo que sea para lograr su propósito, por más descabellado que suene el argumento como culpar a la víctima de su propia violación y asesinato.    


Quienes dirigen los entes de control, Procuraduría, Contraloría, Fiscalía, en lugar de estar haciendo política, o justicia mediática, o persiguiendo a sus legítimos contradictores, deberían estar alineando toda su doctrina y fallos para que en este país y en las entidades del Estado, al menos, prime la vida y la dignidad humana sobre el patrimonio, así sea el estatal, a ver si de una vez por todas empezamos a cambiar nuestra absurda escala de valores.

Margarita Obregón







15 de mayo de 2016

Qué hacemos para proteger a Imelda Daza

El atentado contra Imelda Daza el pasado 6 de mayo, fue la comprobación de que un país en paz como el que soñamos, no será posible ya que los enemigos de la misma, agazapados o de frente, ni han cambiado ni cambiarán ni les interesa que acabe el negocio de la guerra de donde proviene su poder. 

Y sentí mucha vergüenza con Imelda Daza por no poder ofrecerle después de tantos años un país mejor y mucha impotencia por carecer de los recursos y el poder necesarios para no perder de una vez por todas una colombiana ejemplar.

Imelda Daza. Foto tomada de El Heraldo


Y es que la historia de esta mujer conmueve por su valor, su inteligencia y su capacidad de perdonar.

Nació en Valledupar en el año 48, estudió economía en la Universidad Nacional en Bogotá, y una vez culminado sus estudios regresó a su natal Valledupar donde en la Casa de la Cultura, conoció a Ricardo Palmera también economista de las élites del Cesar, y junto con él y otros amigos fundó la Universidad Popular del Cesar, el movimiento cívico Causa Común, militaron en el Nuevo Liberalismo junto a Galán, Rodrigo Lara Bonilla, la “Cacica” Consuelo Araújo, y participaron en la fundación de la Unión Patriótica UP, movimiento que surgió en 1984 durante el gobierno de Belisario producto de la negociación con las FARC en ese entonces.

Imelda salió electa concejal de Valledupar en las elecciones de 1986, pero no pudo ejercer como tal ya que una semana después del lanzamiento de la UP empezó la violencia contra sus integrantes, con amenazas constantes, seguimientos ilegales, asesinatos sistemáticos, lo cual hizo que de siete concejales y un diputado electo en esas votaciones solo sobreviviera ella quien optó por el exilio.

Viajó primero a Bogotá donde José Antequera le mostró la lista de los próximos que serían asesinados en Valledupar, entre los que figuraban ella, Ricardo Palmera y todos sus amigos. Luego de llamar a Palmera para suministrarle esta información, salió con su marido y sus tres hijos primero a Perú y luego a Suecia donde permaneció en el exilio desde 1987.

 
Palmera optó por la lucha armada con las FARC y se convirtió en Simón Trinidad, encarcelado desde hace doce años en Estados Unidos.

13 de sus amigos murieron asesinados, junto con 125 militantes de la UP en el Cesar. La UP fue exterminada cobrando la vida de más de 3.000 militantes de izquierda, defensores de derechos humanos y líderes de diversas corrientes, asesinados por pensar diferente, por pretender la paz y la reconciliación de Colombia.

Imelda sobrevivió al exilio en ese frío pero desarrollado país dónde  educó a sus hijos y supo lo que es un estado social donde es real el respeto y la tolerancia. Allí sí logró ser concejal por el Partido Social Demócrata durante 14 años.

Como siempre soñó con volver, regresó en 2014 ilusionada por los vientos de reconciliación y participó en la contienda por la gobernación del Cesar con una serenidad envidiable, sin prevenciones o resentimiento. Basta ver su abrazo con el candidato del uribismo a la gobernación para comprender de qué está hecha esta mujer.

Y ocurrió entonces el pasado 6 de mayo el atentado, ante lo cual me pregunto ¿qué le vamos a ofrecer a Imelda Daza diferente a la lucha armada y al exilio?

Será que ¿la dejamos al arbitrio de los señores del CD, ahora de la resistencia civil contra los acuerdos de paz, para que la juzguen por “terrorista”, “guerrillera disfrazada de civil”, o del “frente intelectual de las Farc”, y con ello justificar el atentado?   

O ¿vamos a dejar su seguridad en manos de los generales de la República como el pacificador Rito Alejo o como aquel que pedía litros de sangre?

O simplemente dejamos que muera como un número más con el silencio cómplice de RCN y Caracol TV, dedicados por estos días a incentivar el odio a la guerrilla (eso del perdón y de la reconciliación no es con ellos) y a Maduro, o en las fauces de Julito y don Darío con sus clases matutinas de moral y ética en defensa de sus intereses, y para quienes el paramilitarismo, la Mano Negra y el Baile Rojo, no existen.
Imelda y su esposo Flavio. Foto tomada de El Heraldo

Si queremos ofrecer a todas las Imeldas y a todos los Palmera una opción distinta al miedo, al odio y al resentimiento que generan la violencia, nos llegó la hora de actuar a todos los colombianos.

Porqué sí, aquí todos somos responsables de la guerra y sus horrores, por nuestra indiferencia, por nuestra cobardía, por ignorar a propósito nuestra historia, por tolerar a los violentos, por hacernos los de la vista gorda, por perpetuar nuestros odios o por no tener el valor de detener a aquellos que, con sus mentiras, mala fe y desinformación han hecho de este país uno de los más violentos del mundo.

Si no hacemos un alto en el camino y detenemos a los perpetuadores de la guerra y a sus áulicos, si no los censuramos de alguna forma, este país es inviable.

Si no le ofrecemos a Imelda Daza Cotes una posibilidad y garantías para realizar sus sueños y repatriar a sus hijos a esta tierra que tanto ama, no tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.

Margarita Obregón