29 de octubre de 2016

Por sus ídolos los conoceréis

Definitivamente, el resultado del plebiscito, nos dio una dosis de realidad, y nos recordó, en qué contexto nos movemos, cuál es el país que tenemos, y quienes detentan el poder.


De los votantes registrados, 18.42% dijeron NO a los Acuerdos de la Habana, 18.27% dijimos SI, y el 63.31% no acudió a las urnas.

Entre los votantes del NO, se encontraban todas las vertientes. Los movidos por sus mezquinos intereses personales y que están convencidos que el fin justifica los medios con tal de defenderlos; los de los miedos legítimos cifrados en su propia experiencia, los desinformados y los ignorantes en toda la extensión de la palabra, a quienes sin vergüenza y ufanándose de ello, manipularon los cerebros del Todo Vale.  

Quienes votamos SI, le creímos a Humberto de la Calle cuando nos dijo que ese fue el mejor acuerdo posible, y además vemos con urgencia que se termine esta guerra que ha dejado 8 millones de víctimas, con 6 millones de desplazados, 265 mil muertos, 100 mil desaparecidos y 3 mil falsos positivos.

Y la mayoría, que simplemente le dijeron al gobierno y a las FARC que hicieran lo que les viniera en gana.

Y aquí estamos, desconcertados, con un futuro incierto y con la violencia acechándonos, tan divididos y radicalizados como en Venezuela pues los de siempre nos indujeron a que saliéramos a votar “berracos”.

Por ello, impleméntense o no los acuerdos, hoy más que nunca se necesita la participación política de la ciudadanía en los destinos del país. Decir que detestamos la política porque la confundimos con los politiqueros, que somos apolíticos y sentirnos orgullosos de ello, es una solemne tontería que nos ha llevado a ser engañados por los de siempre.

El plebiscito se ha leído como la primera etapa de las elecciones presidenciales del 2018 y ante el sombrío panorama, se requieren cultura y conciencia política para decidir el modelo de país que queremos. Y tener claro que cuando apoyamos un candidato, aprobamos no solo sus formas sino sobre todo su ideología y sus prácticas políticas.

Hoy en Colombia existen dos modelos de país irreconciliables, porque llevan consigo una escala de valores opuesta, entre los cuales se escoge cuando se apoya a sus líderes.

De un lado está lo que llamaríamos el modelo RCN, encarnado principalmente por la Gurisatti y sus amados ídolos políticos, conocidos por ser patrocinadores de la cultura de las narconovelas, expertos en manipulación, en distorsionar la historia incentivando un infinito odio hacia las guerrillas pero la benevolencia hacia los paramilitares pues les importa un pito la verdad y el sufrimiento de las víctimas; de doble moral, fundamentalistas y ortodoxos en su ultraderecha; fascinados con el uso de la fuerza, viven de incitar al odio, la homofobia, la intolerancia y de explotar los bajos instintos de los seres humanos, porque al fin y al cabo esto que es Colombia, es para ellos un negocio de familia.

Y está el otro modelo que llamaríamos progresista, de los que no nos resignamos, de los que anhelamos el fin de la guerra, que creemos que los problemas de fondo son la desigualdad y la exclusión que causan la violencia, y que para ello se requieren reformas urgentes dentro de un Estado laico, diverso e incluyente. Reconocemos que aquí si hubo guerra y que necesitamos reparar las víctimas y reconstruir la memoria histórica para garantizar la no repetición de todo el horror sufrido. Creemos en el perdón y en la reconciliación y vemos inaplazable la reincorporación social de los que vienen o han estado en medio de la guerra y quieren realizar sus mínimos sueños de estudiar y trabajar para sacar adelante a sus familias, como cualquier colombiano.

Ya no se trata del SI o del NO, o si se quedó en su casa el pasado 2 de octubre. Se trata de ser conscientes de las decisiones que tomamos, los candidatos que apoyamos y el modelo de país que ellos encarnan. Porque sus acciones, sus aciertos y sus desaciertos, y por sobre todo sus fechorías y crímenes también nos comprometen.

Margarita Obregón


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